15 de septiembre de 2011

Abracadabra pata de cabra


Un día apareció el doctor Lamborghini en el Parque Universitario, vestía un traje cruzado con corbata y un pañuelo chillón, llevaba unos zapatos de cocodrilo, los cuales demostraban que no era de la ciudad. Nació en Chio Piccolo, al sur de Palermo, en Sicilia. Dominaba trece idiomas y conocía los siete mares. 

En ese entonces, el Parque Universitario era un sitio de compadraje amoroso provinciano. Los paisanos circulaban alrededor de gitanas de cartas sucias, de fakires, de ilusionistas amanerados y de magos. En ese círculo de charlatanes destacaba el doctor Lamborghini, ya que con una mirada suya cambiaba todo lo que estaba a su alrededor, los otros miembros del círculo cambiaban su rutina de venta o de show. Lamborghini dirigía el grupo de los fakires, el cual tenía como estrella a Yamal, quien era el que se tragaba una espada de medio metro, se comía diez focos, se traspasaba una aguja de tejer, entre puteadas, carajeadas y otras frases fuertes.

Felizmente existían los magos en ese tiempo, sino los hubiéramos tenido que inventar. Como decía el doctor Lamborghini: “el ser humano necesita tanto del pan, el agua, el aire como de la ilusión, porque ése que no cree, lo descreen”. En ese entonces mi mago favorito era Mandrake, ilusionista de abolengo y frac porque hasta esclavos tenía.

Desde la revolución industrial, los magos fueron los que pusieron a andar las máquinas y no la clase obrera soñando con irse al paraíso. El primer mago de la era moderna fue Robert Houdin, pero más que mago era ilusionista de dimensiones ilimitadas. El Gran Houdini parafraseó y parodió su arte y su nombre. Houdini era el creador de la megamagia, desafió las leyes de la naturaleza. El mago más envidiado fue David Copperfield, el cual fue elegido por la top model Claudia Schiffer, quien mencionó que en sus brazos la convertía en leona rijosa y en matrera de burdel turco. Sin embargo, Claudia descubrió al verdadero Pulgarcito Copperfiel.

El Perú tuvo su época de magos. Antes de la era de la Chicana, la corte de Carabayllo y los invasores del cerro El Chivo. Sino cómo se explicarían las Líneas de Nazca, Machu Picchu, ni cómo sobreviven tantos nacionales de a pie.

Hasta el doctor Lamborghini tuvo su hora de gloria. De pronto había alquilado un amplio establecimiento en el mismo Jirón de la Unión junto al diario La Prensa. allí organizó el Primer Festival Mundial de Fakires. El evento fue todo un acontecimiento. 

Al año siguiente y confiando en las sales del Mar Muerto y en el mercurio de Collahuanca, el doctor Lamborghini presentó el espectáculo "El fantástico Hombre Bestia". El establecimiento del Jirón de la Unión se convirtió en un apretado teatrín. El escenario era apenas un habitáculo con una reja como puerta. Lamborghini, de animador, llamaba en cada función a una persona del público para que eche llave a la reja y se asegure que la bestia no escape. Y esa vez me escogió a mí, ya que me encontraba en primera fila. Temeroso, le di doble vuelta a la llave y éste nos pidió serenidad que iba a empezar el espectáculo. 

En efecto, al hombre de las mallas, aún no la bestia, de pronto le fue apareciendo hirsutos pelos, colmillos afilados, uñas filosas. Comenzó a pegar aullidos y a zarandear las rejas con tal fuerza y rabia que ésta vez se vino abajo, cayendo "El fantástico Hombre Bestia" sobre el público ocasionando una estampida de los mil demonios y provocando caídas y atropellos. El resultado fue más de 20 heridos.

Desde ese mediodía limeño no volví a ver al doctor Lamborghini. Treinta años más tarde y mientas buscaba un restaurante secreto que decían había inaugurado El Cholo Sotil en La Parada, de pronto escuché esa voz inconfundible a timbre de pirata de Macao y que sólo podía proferir una persona. Era él, el mismo doctor Lamborghini. Estaba irreconocible, era apenas una sombra de aquel personaje que era mezcla de hechicero, prestidigitador y dandy. Le pregunté que hacía ahí y me respondió que por mi culpa, ya que no pude echarle llave al Hombre Bestia.

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